EL SUEÑO DEL CABALLERO

El Siglo de Oro ha dejado a nuestra cultura herencias de valor incalculable. Custodiada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, debemos ir sin falta a contemplar una de estas sugerentes heredades. Os la presento:

Pereda, Barroco, Siglo de Oro, Vanitas, sueño

Este lienzo espectacular es El sueño del caballero, obra de Antonio de Pereda y Salgado, realizada hacia 1650. Salta a la vista que es una obra maestra, ejecutada con la precisión de un relojero y con el sentido estético de un pintor genial. Corresponde a la pintura denominada de Vanitas, uno de los géneros pictóricos más sorprendentes, fascinantes e insólitos que el Barroco nos ha legado.

Vanitas vanitatum, et omnia vanitas: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. De este pasaje del bíblico Eclesiastés (1:2), es de donde proviene la denominación de este tipo de pintura. La conclusión moral que debemos extraer de esta sentencia y que cuaja perfectamente con la mentalidad y el gusto barrocos, es que todo es vanidad, excepto amar a Dios y servirlo, como dictaminó el beato pensador, copista y místico Tomás de Kempis en el siglo XV. Esta reflexión profunda, dolorida y cargada de religiosidad personal, puede equipararse a lo que Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián llamaban desengaño. Este desengaño es la desolación ante lo material, ante lo perecedero, ante lo efímero que rige nuestras vidas, por lo que la humanidad mata y muere, sin tener en cuenta que no sirve de nada, que no nos llevaremos ningún tesoro a la tumba, ningún placer, ningún saber mundano. Sólo sirve la fe, lo que privadamente se crea y las obras rectas que hacemos en vida, porque esas sí nos las llevaremos a cuestas el día de nuestra muerte y serán la llave que nos abrirá la puerta de la salvación eterna. Este es el genuino pensamiento barroco, y este es el mensaje del cuadro que nos ocupa.

Detalle de El sueño del caballero donde vemos representados elementos materiales y simbólicos efímeros, como monedas y joyas

Observamos que el conjunto de objetos situados sobre la mesa constituye un magnífico bodegón en el que se confirma una aglomeración de símbolos y alegorías. A parte de dinero y joyas, en la imagen anterior observamos la presencia de un reloj. Fundamental en este tipo de pintura. El reloj es el paso del tiempo, el tempus fugit que escribió Virgilio en sus Geórgicas: el paso inexorable e implacable del tiempo, que vuela sin remedio. No sabemos cuánto tiempo estaremos en este mundo, es por ese motivo que debemos aprovecharlo al máximo para comportarnos como es debido. Vemos también partes de una armadura: lo absurdo de las guerras y la maldad y locura que comportan. Los naipes como representación del azar, de lo cambiante del juego y de su total arbitrariedad.

Observemos otros detalles del lienzo:

Vanitas, Pereda, sueño

Más elementos representados en el cuadro de Pereda y que configuran el concepto de Vanitas

Las calaveras aluden directamente a la inevitable muerte. La vela situada entre ellas simboliza lo breve y la condición fugaz y transitoria de la vida. Las flores, frescas y bellas, se marchitarán rápidamente… La música, el teatro representado con la careta, los libros… Todo es conocimiento y goce humano que alimentan nuestra vanidad sin fin. El triunfo de las armas, los laureles, la tiara papal: glorias que se desvanecen…

Y nuestro durmiente protagonista: el caballero y su sueño. El sueño, en el ideario barroco, es la ambigüedad, algo que se balancea constantemente entre lo real y lo imaginario, que puede llegar a confundirse y que nos desata cualquier corsé que apriete nuestro pensamiento. El caballero aparece dormido y la genialidad del pincel de Pereda nos lo muestra literalmente en este estado. Cuando vemos el cuadro en directo, sorprende, casi inquieta el realismo con el que el personaje, vestido con una esplendorosa indumentaria de la época, duerme profundamente ante nuestros ojos. Dan ganas de pasar de puntillas, de hablar apenas susurrando, de ni siquiera pestañear, para no turbar ese nutrido sueño. No nos olvidamos del acompañante divino que muestra a nuestro caballero todas las vanidades que vemos: el ángel, cuya filacteria, con el dibujo de una flecha, versa lo siguiente: Aeterne pungit. Cito volat et occidit. Es decir, Eternamente hiere. Vuela veloz y mata. La vida es frágil, en un segundo se puede perder.

El sueño del caballero, se nos presenta como una gran naturaleza muerta con la misión ejemplarizante de avisarnos sobre la fugacidad de lo terrenal, sobre la vida como sueño engañoso y sobre lo infructuoso de preocuparse de cosas que se convertirán en tierra, en humo, en polvo, en deshecho o simplemente se desvanecerán para no ser nada…

No podemos terminar sin apuntar con brevedad algún dato sobre el pintor que nos ha obsequiado con esta maravillosa obra. Antonio de Pereda (1611-1678), vallisoletano, fue protegido por Crescenzi, marqués de la Torre. Esta asociación permitió que se moviera en el ámbito palaciego alejándose de él a la muerte del protector. Dedicó entonces su gran capacidad artística a la pintura religiosa y a las naturalezas muertas, género que había cultivado desde siempre y que potenció, siendo uno de los grandes maestros de este tipo de pintura. Tenemos certeza de la gran biblioteca que el pintor poseía y relacionamos este hecho, sin duda, con la gran carga intelectual, filosófica y simbólica con la que dotó a sus obras.